Sí, de repente todos la regamos. Todos, en algún momento de nuestro diario vivir cometemos algún error que en ocasiones pasa desapercibido y en ocasiones no. Pero ¿qué pasa cuando eres el líder de la nación más poderosa del mundo y de repente cometes un error que demuestra tu falta de conocimiento en algunas de las áreas industriales más importantes de tu país? Bueno, como están las cosas hoy en día con las redes sociales, lo más seguro es que tundan sin piedad.
Y eso fue lo que le sucedió al presidente Donald Trump, cuyo más reciente desliz demostró que no está muy bien enterado de lo que sucede en el entorno automotriz de su país.
Hace poco, durante una presentación pública el presidente norteamericano se quejó con los medios de comunicación de la situación comercial con los países europeos, y entre sus comentarios se le pudo escuchar decir “Nuestros productos agrícolas lo tienen difícil para entrar. Nuestros autos lo tienen difícil para entrar. Ellos mandan Mercedes, mandan BMW, mandan Renault (sic), en el caso de Francia…”.
El problema de este comentario no es el comentario en sí, más bien el hecho de que la marca gala vendió su último coche en suelo estadounidense en 1989 e inclusive cuando en 2017 se le cuestionó a Carlos Ghosn sobre volver a dicho país, él lo descartó totalmente, alegando que es un mercado muy competido y que su visión estaba enfocada hacia otros destinos”.
Recordemos que, si bien en el pasado los autos franceses cobraron gran relevancia en el mercado estadounidense, su flujo fue más bien irregular y esto llevó a la salida total de la firma a finales de los años 80, después de más de 60 años en aquellos territorios.
Con la llegada de la segunda crisis del petróleo en los años 80, una vez más los modelos europeos comenzaron a brillar en los Estados unidos, donde el Renault R5, conocido también como el “Rabbit francés” se comercializó hasta 1983, cuando fue sustituido por el R11, junto al R9, que se comercializó incluso en versión descapotable y GTA de altas prestaciones.
Para finales de la década de los 80, el país norteamericano comenzaba a recuperarse del duro golpe de las crisis petroleras, y los grandes motores americanos una vez más brillaban frente a los pequeños autos europeos, por lo que las ventas se fueron a picada para Renault, quien en 1988 vendió sus acciones de AMC a Chrysler y para 1989 dejó de exportar, para siempre, vehículos a Estados Unidos.
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