Hoy seguro que tanto tú como yo salimos a la calle con el mismo miedo: el de llegar tarde al trabajo, a la escuela o a aquella reunión importante porque las principales vialidades de la capital del país se encuentran bloqueadas por un grupo de taxistas que ven más fácil cerrar calles que mejorar su servicio. Y si saliste de casa con el tanque de gasolina medio vacío, va siendo hora de que temas al doble. ¿A poco Uber sigue pareciendo el malo del cuento?
Aunque es verdad que Uber podría pasar como competencia desleal, los taxistas no nos han dejado mucha alternativa. Nosotros, como consumidores, buscamos servicios en los que la rapidez no signifique cambios imprudentes de carril, que la seguridad no sea una estampa del santo de la devoción del taxista (que no, un Tsuru no es seguro) y, de ser posible, en asientos en los que no dé asco sentarse; mejor si todo lo podemos pedir desde nuestro celular.
Mientras ese grupo de taxistas se gana el odio de los capitalinos al bloquear el paso por avenidas como Mariano Escobedo, Reforma, Vasco de Quiroga y algunos ejes de la ciudad, Uber gana nuevos seguidores al regalar no uno, sino dos viajes de 150 pesos cada uno. A esto, de donde yo vengo, se le llama dar una cachetada con guante blanco.
Ahora bien, si lo que reprochan los taxistas es que Uber les está robando clientes —lógico— y que al día pierden cerca de 24 millones de pesos, de acuerdo con cifras del gremio Taxistas Organizados de la Ciudad de México, ¿entonces por qué no se habían ido a la yugular de los más de 20 mil taxis piratas que operan en la capital del país desde hace años?
Aquí las opiniones son muchas, y fuera de los taxistas, no he escuchado a nadie más en contra de Uber. Si el mismo esfuerzo que han puesto en coordinarse para bloquear las calles lo invirtieran en unificar tarifas y mejorar el servicio en general, sería otra historia. Hoy, desde mi trinchera, digo #UberSeQueda, y que no nos deje hasta que los taxis dejen de ser un ataúd sobre ruedas. La verdad, no pedimos tanto, nada que no pueda ser.
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