Hay una verdad a medias de la que se están colgando muchas de las marcas que venden coches eléctricos: el concepto de cero emisiones. Es cierto que estos vehículos no emiten directamente un solo gas contaminante; de hecho ni siquiera tienen un escape —salvo los que cuentan con un sistema de rango extendido. Sin embargo, recargar sus baterías no es un proceso libre de emisiones.
A menos que la energía provenga de alguna fuente renovable, como viento o sol, generar electricidad implica emitir gases contaminantes. La ventaja del auto eléctrico es que las emisiones de su proceso de recarga se quedan en la planta generadora, ubicada lejos de las zonas urbanas y de los pulmones de la gente. La pregunta es: ¿tales emisiones son menores, iguales o mayores que las de un coche con motor de combustión interna?
El coche eléctrico es la solución al presente
Los escépticos del coche eléctrico aseguran que no es una solución de movilidad a largo plazo. Su argumento es que el futuro cae en manos del hidrógeno. A falta de infraestructura y de proyectos viables, la movilidad eléctrica tal y como la conocemos es la solución a la contaminación de las grandes ciudades en el futuro inmediato.
Por supuesto que habrá ciudades que cuenten con lo necesario para recargar vehículos sin tener que quemar nada; otras, en cambio, dependen de la combustión de carbón. Sea cual sea el caso, el coche eléctrico lleva la delantera desde un punto de vista climatológico, y es que las plantas generadoras de electricidad tienen una eficiencia muy superior a las del motor de combustión de un coche.
La eficiencia de la producción de energía en una planta es del 60%, mientras que en un auto es de sólo el 25% para el mismo tipo de combustible. Visto de otro modo, y como lo señalan nuestros colegas de Xataka, una planta desperdicia sólo el 40% de la energía, mientras que un auto malgasta el 75%. Al final, en una planta es necesario quemar menos para generar una misma cantidad de energía.