Era una madrugada de diciembre, una de las más frías del año. La ciudad, serena y a oscuras, descansaba bajo una manta de estrellas. A las tres con treinta minutos, justo cuando la luna había encontrado su lugar en el cielo estrellado, suena el despertador. Miro por la ventana; un claro de luna ilumina con timidez al Renault Clio RS. Seguro que ella también lo echaba de menos en México.
El termómetro marcaba 4ºC. Bañarse a esa hora, más que cuestión de higiene, era cosa de valor. Desayuno, me cuelgo la mochila y tomo las llaves la tarjeta del Clio RS para emprender un viaje diferente, acompañado por otros dos hot-hatches de los que hablaremos en enero. Justo antes de arrancar, suena el celular. "¿Cómo llego a la casa de Marcos?", pregunta mi compañero Bruno. El viaje estaba por comenzar.
"Buenos días"
Giro la llave Inserto la tarjeta y oprimo el botón de encendido. El Renault Clio RS le da los buenos días a mis vecinos con el rugir de su motor al arrancar y, a mí, con el testigo de la temperatura encendido. "Será mejor dejarlo un minuto más en relentí", pensé. Incluso así, quieto como una fiera acechando a su presa, el 1.6 turbo es escandaloso... pero escandaloso como nos gustan. De mis vecinos hablamos luego.
Pongo al Clio en marcha para encontrarme con el resto del equipo de Motorpasión, que mucho me agradeció la levantada antes de las cuatro de la mañana. Con la ciudad vacía es fácil enamorarse de cualquier coche, pero el Renault Clio RS no es como cualquier coche. Aunque no hay tráfico que nos detenga, la dureza de la suspensión y el actuar de la transmisión automática rompen las ilusiones de los menos entusiastas: si no dedicas tu vida al mundo de la competición, cómprate cualquier otro hatchback y ponle un alerón y estampitas; el Clio RS no es un deportivo wannabe, es un deportivo hecho y derecho. Chiquito, pero con vocación.
Aún con más de dos horas de ventaja sobre el sol, llegamos a nuestro primer punto de encuentro con los otros dos hatchback. Habiendo trazado la ruta y tras haber saludado al simpático perrito de Marcos, encendimos —por botón— los tres autos y arrancamos rumbo a Puebla, donde nos encontraríamos con Salvador.
Tú y yo y ya
A partir de aquí éramos sólo el Renault Clio RS y yo por cientos de kilómetros. El camino rumbo a Puebla nos recibió con una autopista prácticamente vacía que permitió que todo fuera viento en popa entre el pequeño francés y un servidor. Era como la primera cita después de algunos encuentros casuales en la ciudad. Era el momento de la verdad.
Respirar profundamente, bajar el volumen del estéreo para escuchar el ronco ronroneo del escape y hundir el pie derecho sobre el acelerador. Todo estaba hecho. De inmediato, el motor de cuatro cilindros de 1.6 litros turbocargado despertó a la fiera que el Clio RS lleva dentro. Los 200 caballos de fuerza y las 177 lb-pie de torque consiguen que el cuerpo se pegue a los asientos deportivos. Con una masa de 1,090 kilos y la mayor parte del par motor disponible desde las 1,750 revoluciones, la vida está hecha sólo para divertirse.
Mientras en un escenario urbano la transmisión podría ser tachada de odiosa, en autopista se vuelve una fiel aliada. Sea cual sea la situación, la caja jamás permitirá que la aguja del tacómetro baje de 2,500 rpm. De esta forma, incluso subiendo rápido de revoluciones y haciendo los cambios casi a 6,000 vueltas, el Clio RS siempre rueda con el par máximo a la merced del pie derecho.
¿Y qué hace un Clio con tanto poder? Sin asistencias, perder el control; con el abecedario de sistemas que incluye el Clio RS, magia. Su comportamiento se ve resguardado por los controles de estabilidad y tracción, asistente de frenado de emergencia y un diferencial electrónico que mejora el comportamiento en curvas al frenar la llanta que más lo necesite para mantener el control y poder salir disparado de la curva. Eso sí, por mucha intervención de la electrónica, la gran cantidad de par motor desemboca en un inevitable torque steering al hundir el pie derecho, pero nada que el chasis y las asistencias no permitan corregir.
A estas alturas, cuando conducir el Renault Clio RS ya causa cosquillas en el estómago, recordamos que estamos en una autopista y que la prudencia debe reinar. Si pecamos, lo sentimos, pero es muy fácil dejarse llevar a bordo de este tipo de autos. Incluso en la zona de curvas, nuestro Clio RS se comportó con gallardía; la carrocería se balancea mucho menos de lo esperado. Mucho tiene que ver la suspensión endurecida y la dirección que transmite todo lo que sucede sobre el pavimento. Si pasas sobre una hoja, te enteras. Bueno, casi.
Nuestra unidad de pruebas regresaba de la Carrera Panamericana con más de 8 mil kilómetros encima, por lo que el estado de los neumáticos no era el mejor. De serie, el Clio RS lleva unas llantas Goodyear 205/45 R17 88Y tipo Runflat, por lo que no debe extrañarse una llanta de refacción en la no tan reducida cajuela.
Continuará... Continúa.
Fotografía | Gerardo García